martes, 2 de octubre de 2012
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Reflexion
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Vivimos en un mundo donde cada vez más los sueños son tachados
fácilmente de utopías y descartados por su irracionalidad. Vivimos en un
mundo lleno de deprimentes realidades y en nuestra decadencia las
ilusiones acaban disfrazándose de ilusorias ridiculeces, y en nuestra
ruina las soluciones justas y normales terminan alejándose tanto que
tienden a parecer locuras. Llamamos loco al soñador y al justiciero lo
condenamos por hipócrita. Centrado y equilibrado será el hombre que
sigue las pautas marcadas sin protestar, y al que se aprovecha de los
preceptos del juego terminamos admirándolo por poderoso. Toleramos a los
que se hunden en la rendición y miramos mal al que se rebela. ¿Qué
clase de mundo tenemos?
Los más apasionantes sueños nos
elevan, nos llevan volando hacia las nubes. Allí y solo allí los ángeles
de la gloria nos acariciarán con un poco de su magia, con un mucho de
su ilusión. ¿Cómo vamos a conseguir tal maravilla si nos pegamos a la
real tierra?
El tiempo raramente se pierde, y menos aún cuando depende de nuestra voluntad su destino.
Venden diamantes las presumidas conciencias y dejan sus blancos rotos, pues con sus amantes sugestiones no suscriben contratos.
No osas pedir garantías al destino, por muy ducho que seas, pues sabes
bien que jamás las recibirías. Y al final, aunque no quieras, cazas lo
que te vino, lo abrazas y lo encabes en tu fortuna. Pues aprendiste ya
en la cuna que tratar de salir del canal al que el río de la vida te ha
llevado no tiene porque ser inteligente.